Un largo camino que recorrer

Cuando uno empieza una nueva etapa -personal o profesional- se descubre ante un singular y propio camino de «baldosas amarillas»; ése que conduce, a cada uno, a su mundo de Oz particular, imaginado en origen por L.Frank Baum en 1900 y que ha llegado hasta nuestros dias.
Dorothy nos sigue acompañando, 80 años después de su estreno, en imágenes de color. Permanece en el subconsciente popular de los que tenemos una edad, en ese viaje de cambio, de inicio o de vuelta, a un mundo desconocido y nuevo a la vez, si somos capaces de mirar con ojos nuevos. Quizá debamos olvidar que la historia es el relato de un desencanto.
Las baldosas no son más que nuestra hoja de ruta personal pudiendo ser baldosas, maderas, caminos polvorientos o áspero asfalto. Lo importante no es el material sino la esencia del camino por andar. Hacia dónde nos dirijamos, cual sea la meta y qué lastres debamos dejar por el camino es el peaje que debemos pagar por avanzar.
También importa lo que encontremos en el camino : hadas, brujas buenas y malas, monos y dificultades ; destaca, sobre todo, quién nos acompañe. Un espantapájaros en busca de un cuerpo real, un hombre de lata en busca de un corazón y un león cobarde en busca de valor, fueron los amigos de la niña de zapatos rojos. Otros muchos pueden ser nuestros compañeros de viaje.
Iniciare el viaje a mi Oz particular en breve. Debo buscar cual será mi camino de baldosas amarillas, ése que me permitan transitar por las noches de enfermos, enfermedades y luces en la noche oscura, con calma, sosiego y paz.
Cambiaré mis zapatos rojos por unos zuecos nuevos sin el polvo adherido de un camino anterior. A diferencia de Dorothy, no tengo una meta geográfica concreta sino más bien personal. Intentaré despejar mi camino de brujas (más horas de trabajo insomne de lo debido), enanos (burocracia lenta y absurda) y monos (problemas informáticos varios), aunque se disfracen de problemas nimios diarios hasta casi desaparecer.
Deberé mantener a raya al león cobarde que llevo dentro, al hombre de lata sin corazón que ve con lejanía el dolor del otro y al espantapájaros sin cuerpo que, al no sentirse dolorido, me haga olvidar que debo descansar. Dorothy debería verse reflejada en el amor a una profesión que a veces se agazapa entre el cansancio y el sueño; en la vocación de servicio que tiende a esconderse en los recodos del alma y en la esperanza de cambio hacia una vida profesional más sana, reconfortante y que pueda disfrutarse en su ejercicio .
Siguiendo, desde hoy mismo, el camino de baldosas amarillas, nos vemos en Oz.